Por todas partes, los padres preocupados porque sus hijos lo escuchen, los expertos en educación infantil prodigan consejos sobre cómo comunicarse con los hijos.
Gran parte de esa asesoría es teórica y no muy útil; por tanto, hemos pedido a otros grupos de expertos -los buenos padres de familia, adiestrados por varios años de experiencia- que nos revelen sus secretos.
Los elegimos por medio de unos 100 maestros galardonados, porque nadie dedica más tiempo que ellos a conocer a fondo a los niños y a sus familias y descubrimos que la comunicación con los hijos puede mejorarse de seis maneras:
HABLE MENOS: ¡OH!, YA SE VIENE EL SERMÓN
Muchos padres han aprendido, tras no pocos fracasos, que lo que parece una comunicación abierta es a menudo algo que tapa los oídos y la boca de los hijos.
Un error común es “el sermón”, ese largo monólogo que suele empezar así: “Cuando yo tenía tu edad…” Karla, de 18 años, dice que los sermones son “largas discusiones unilaterales en las que yo no digo gran cosa”.
Los muchachos se cierran instintivamente ante un sermón. Se les nublen los ojos y no registran nada de lo que se les dice.
He aquí como relata Sara, de 13 años, los momentos menos agradables que pasa con sus padres: “Primero gritan; luego viene el discurso de ¡Estamos tan decepcionados! A continuación, comienza el sermón de Yo nunca les hice eso a mis padres. Después, aunque se den cuenta de que sus palabras resultan ridículas, nunca se retractan”.
Desde tiempo inmemorial, los padres han pronunciado solemnemente frases como: “Cuando tengas hijos, me vas a entender”. Pero muchos de los padres expertos a los que entrevistamos, como Diego, enfermera y madre de tres hijos, consideran que cuando recurrimos a los lugares comunes para justificar nuestros actos, debilitamos nuestra posición.
LOS CHICOS SÓLO PERCIBEN EL AQUÍ Y EL AHORA
El futuro remoto carece de significado para ellos. Por tanto, quienes saben comunicarse bien, como Diego, sugieren: “Explique sus actos dando razones específicas y usando el tiempo presente: No te dejo ir a esa fiesta porque creo que no habrá suficiente vigilancia por parte de los adultos”.
Bertha emplea un enfoque indirecto: “Me he dado cuenta de que mis hijos aceptan más fácilmente los consejos si comento un artículo periodístico referente al tema que me preocupa. Mi marido y yo hablamos del asunto como quien no quiere la cosa, y ellos absorben la información. Así, no sienten que estoy sermoneándolos”.
Este criterio dio excelentes resultados cuando los hijos de Bertha empezaron a conducir auto. En vez de repetirles sin cesar: “No tomes bebidas alcohólicas; no corras”, hablaba de las noticias de accidentes y expresaba compasión por las víctimas de algún accidente vial. Bertha no hacía ningún esfuerzo especial por atraer a los muchachos a la conversación. Contaba con la compulsión de los adolescentes a dar su opinión…, sobre todo cuando creen que no se les pide.
NO SE EXPRESE CON IRA
Nuestras emociones se hallan al tan estrechamente vinculadas al bienestar de nuestros hijos, que ningún padre es ecuánime todo el tiempo. Y cuanto más nos afecte algo en lo emocional, tanto más probable será que digamos cosas que después desearíamos no haber dicho.
Cuando existe el peligro de que alguna cuestión le saque de sus casillas, una señora les dice a sus hijos: “Estos muy alterada; prefiero no decir nada en este momento. Vete a jugar, y yo iré a buscarte en cuanto me calme”.
Cuando se siente a punto de estallar, Roberto, que es electricista y padre de cuatro muchachos, se apacigua con este pensamiento: Nunca olvides cómo eras de niño. En su opinión, la ecuanimidad se logra recordando que la conducta impulsiva e insensata siempre ha sido parte del proceso de crecer.
Una madre de familia apunta que, de ordinario, cuando estamos en compañía de otros adultos nos conducimos con moderación por más irritados que nos sintamos, y que debemos comportarnos igual con nuestros hijos.
ESCUCHE A SUS HIJOS CON IMPARCIALIDAD
Para José, esto significa no abrir la boca hasta que su hija la cierre. “Escuche hasta el final, diga lo que diga”, advierte. Y añade: “Si usted monta en cólera antes de que su hijo termine de explicarse, ofrézcale disculpas”.
En cuanto él haya terminado de hablar, exprésele con otras palabras lo que acaba de decir y pregúntele si eso era esencialmente lo que se proponía comunicar. Cerciórese de que ha entendido usted quién, qué, cuándo, dónde y el porqué de lo que dice su hijo, antes de dar consejos o de tomar alguna decisión.
Carlos, padre de tres chicos de entre siete y 16 años, se recuerda a sí mismo que el punto de vista infantil no es el de un adulto. Reconocer que los pequeños problemas de la vida parecen mayores cuando se es niño debe agregar varios minutos a nuestro umbral de paciencia. “Si un pequeño ha perdido algo que le gustaba, por trivial que nos parezca, hemos de entender que para él sí reviste importancia”.
BUSQUE EL MOMENTO OPORTUNO
La manera de hablar o escuchar importa tanto como el momento que se elige para hacerlo. Según los padres que entrevistamos, la hora de irse a la cama y la de comer son momentos muy adecuados. Cierta madre ha establecido un ritual nocturno: “Cuando acostamos a los niños, siempre les preguntamos: ¿Qué fue lo mejor del día? ¿Qué fue lo peor? Y aprendemos mucho de ellos”.
Las comidas pueden planearse para tener un intercambio de ideas. Javier y María nos contaron: “Todos cenamos juntos por lo menos cuatro veces a la semana. A esa hora, incluso dejamos los móviles a un lado”.
Una familia impuso la regla de que, durante la cena, nadie podría interrumpir a la persona que “tenía la palabra”. Así, todos tenían la oportunidad de expresar sus opiniones de principio a fin. Otra familia participa en una mesa redonda cada dos o tres semanas, durante el desayuno. A cada quien se le asignan cinco minutos para hablar de lo que le sucede y de cómo le afecta.
A algunos padres les sorprendió gratamente descubrir otro momento óptimo para la comunicación familiar: los quehaceres compartidos.
“Un día, cuando mis hijos eran pequeños, la lavadora de platos se averió y no pudimos repararla de inmediato”, relata una señora. “Descubrí entonces cuánto se abrían a mí mis niños, mientras secaban los platos. La máquina siguió descompuesta muchos años porque no quise renunciar a esos momentos”.
HÁBLELES CON AMOR
El afecto, que constituye la manera más sutil y delicada de comunicarse, prevalece en las familias muy unidas.
Miguel, padre de dos adolescentes, está convencido de que el afecto puede suavizar los trances difíciles. “En ocasiones parece impropio hablar”, señala, “pero de todas maneras se puede establecer una comunicación tocándose mutuamente”.
El afecto es la señal silenciosa de que, sin importar qué desavenencias o conflictos surjan, mientras las personas puedan tocarse, a la larga podrán hablar.
Respetando la incomodidad que experimenta su hijo ante cualquier manifestación de afecto en público, Cecilia emplea una señal muda. “A mi hijo de 11 años no le gusta que su madre le grite ¡te amo! Desde el extremo del campo de futbol. Por eso, cuando va a salir al campo le oprimo tres veces el hombro. Nadie se da cuenta, pero él sale a jugar con una sonrisa”.
No dé por sentado que sus hijos saben que los ama: ¡Demuéstreselo! Comience con las manifestaciones de cariño más insignificantes y sencillas. Tal vez le sorprendan los efectos de tal actitud en toda la familia.
VALORE LAS OPINIONES DE SUS HIJOS
Notamos que los mejores padres de familia saben que deben mantenerse firmes en ciertas decisiones, por mucho que los hijos disientan de ellas. No obstante, ser firme no implica pasar por alto a los muchachos. Permitirles tener voz y voto en los asuntos familiares reporta dos beneficios: los niños aceptan mejor las decisiones cuando por lo menos se les consulta y, además, se consideran parte valiosa de la familia.
Para Marcos, el que lo consulten es algo más que la oportunidad de ser escuchado. “A medida que crecemos, nos van incluyendo con más frecuencia en la toma de decisiones.
Mamá y Papá siempre exteriorizan interés por escuchar nuestras ideas y sugerencias, aunque no las pongan en práctica. Esto refuerza mucho mi autoestima”.
Naturalmente, organizar la vida familiar e imponer la disciplina entraña a menudo decisiones que sólo pueden tomar los padres. Si usted fija la norma de que todas las tareas escolares deben terminarse antes de encender el televisor, discutir el tema no los llevará a ninguna parte. Esto significa que usted esté bloqueando la comunicación abierta, sino que es lo bastante inteligente para decidir cuándo poner fin a una discusión en bien de todos.
La comunicación con los chicos no siempre resulta fácil, pero lo esencial -escuchar, ser oportuno, brindar afecto y mostrar respeto – permite sentar las bases de la mutua comprensión entre usted y sus hijos.
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