LO QUE OCURRIÓ EL DÍA DE NUESTRA INDEPENDENCIA

LO QUE OCURRIÓ EL DÍA DE NUESTRA INDEPENDENCIA

Hace 200 años, el día sábado 28 de julio de 1821, tuvo lugar uno de los más augustos y solemnes actos para la Nación: proclamar el día de nuestra independencia.

Al conmemorar el bicentenario de nuestra patria libre, debemos recordar emocionados, los felices momentos que vivieron los peruanos que nos legaron una patria libre, con el concurso de otros patriotas americanos para quienes debemos guardar eterno agradecimiento.

EL DÍA 28 DE JULIO

Como si la naturaleza misma hubiera querido festejar la ceremonia de la proclamación de la independencia, lució ese día, desde temprano un sol esplendoroso en el cielo limeño casi siempre nublado en julio.

Desde la víspera, y más aún, desde que días antes ingresó el Ejército Libertador a la capital, el pueblo vivía un ambiente de fiesta y desbordante alegría.

Se habían levantado tablados en las principales plazas de la ciudad, para que San Martín proclamara la independencia. La solemnidad que exigía el acto, el más augusto y solemne para una Nación que nacía a la libertad, y ocupar un lugar entre las naciones libres del mundo, se requería de un elaborado programa, el mismo que se llevó a cabo a satisfacción del Libertador de Argentina y Chile.

EL DESFILE POR LA LIBERTAD

En las calles que hacen cuadro a la Plaza de Armas, formó el Regimiento N° 8, con las banderas de Argentina y Chile. También se emplazó la artillería cuyos cañones, saludaron ese día al Pabellón bicolor.

Cuando se abrieron las puertas del Palacio que fue de los virreyes por 300 años, salió la más lucida cabalgata que jamás se había visto hasta entonces en Lima. San Martín, montaba brioso caballo.

LO QUE OCURRIÓ EL DÍA DE NUESTRA INDEPENDENCIA

Le escoltaba, a la derecha, el Marqués de Montemira. Gobernador de Lima, quien llevaba el estandarte patrio. A su izquierda, iba el alcalde de Lima, Conde de San Isidro. Le seguían su Estado Mayor, Ayudantes y jefes del Ejército Libertador y cerraba la comitiva la escolta de los Húsares hacían flanco, formando calle, los alabarderos de Lima.

Precedía al General San Martín, un lucida y numerosa comitiva compuesta de la Universidad de San Marcos con sus cuatro colegios; los Prelados de las casas religiosas; los jefes militares; algunos oidores y mucha parte de la principal nobleza y finalmente el Cabildo.

El brillante desfile tomó al lado derecho de la Plaza y pasando delante del Cabildo, dio la vuelta al cuadrilátero entre las aclamaciones del pueblo. Luego, la comitiva oficial tomó el centro, para dirigirse al espacioso tablado erigido entre el Callejón de Petateros, frente al Palacio, y la pila central.

LA PROCLAMACIÓN DE INDEPENDENCIA

Ya en el estrado, el General don José de San Martín, tomó el Pabellón Nacional de manos del Marquéz de Montemira y elevándolo en alto proclamó la Independencia del Perú con estas palabras que quedarán grabadas para siempre en el corazón de todos los peruanos:

“El Perú desde este momento es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos, y por la justicia de su causa que Dios defiende”.

Más de 16 mil personas congregadas en la Plaza Principal, corearon sus palabras con una estruendosa ovación y, con entusiasmo y alegría indescriptibles repetían los gritos del General San Martín, “¡Viva la Patria!”, “Viva la Libertad”, y “¡Viva la Independencia!”.

Los vítores, los cañonazos y los sones alegres de todas las campanas de Lima lanzadas al vuelo en ese momento, saludaron a la enseña bicolor de la Patria.

MEDALLAS CONMEMORATIVAS

Concluido el acto en la Plaza Principal, la comitiva tomó la calle de Mercaderes. Desde los balcones, se repetían las aclamaciones y se arrojaron medallas conmemorativas, acuñadas especialmente para conmemorar ese día inolvidable.

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Eran de oro, plata y cobre, y tenían un sol rodeado de esta inscripción: “Lima libre juró su independencia el 28 de julio de 1821”. En el reverso de las mismas entre dos ramas de laurel había esta inscripción: “Bajo la protección del Ejército Libertador del Perú, mandado por San Martín”.

En un tabladillo de la plazuela de La Merced, se repitió la proclamación. La comitiva se dirigió entonces a la Plaza Santa Ana, donde volvió a repetirse la ceremonia y, finalmente, en la Plaza de la Inquisición, frente al odiado Santo Oficio, el General San Martín repitió por cuarta y última vez las palabras de la proclamación.

Durante el regreso a Palacio, al igual que durante todo el recorrido, el General San Martín fue aplaudido con delirio. Al volver a la Plaza Principal, el Almirante Lord Cochrane presenció el regreso del General San Martín desde uno de los balcones de Palacio.

Las aclamaciones continuaron todo el día. Era una fiesta patriótica y los vecinos que se habían puesto sus mejores galas, llevaban con orgullo una escarapela bicolor en el pecho.

PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

ILUMINACIÓN Y SARAO

Al llegar la noche, la iluminación de la ciudad fue espléndida. En el Cabildo se llevó a cabo un sarao con refrescos y baile, mientras en todas las calles y plazuelas, el entusiasmo era desbordante.

San Martín concurrió a la invitación del alcalde de Lima, y vestido de gran gala estuvo rodeado de sus generales y oficiales.

TE DEUM

Al día siguiente, 29 de julio, reunida en la Catedral de Lima, la misma y distinguida concurrencia, entre un numeroso gentío de todas clases, con asistencia del arzobispo, se celebró una solemne misa de acción de gracias y se entonó él Te Deum.

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Catedral de Lima, lugar donde se celebró el Te Deum

Concluido este deber religioso, cada individuo de las corporaciones eclesiásticas como civiles, en sus respectivos departamentos prestaron a Dios y la Patria, el debido juramento de: “sostener y defender con su opinión, persona y propiedades la Independencia del Perú, del Gobierno español y de cualquiera otra dominación extranjera”.

Por la noche, el General San Martín ofreció una recepción en el Palacio. Concurrieron todas las señoras con sus mejores trajes y joyas y la fiesta alcanzó un éxito pocas veces igualado.

A LOS DÍAS SIGUIENTES DEL DÍA DE LA INDEPENDENCIA

La alegría popular se manifestó aún en los días siguientes a la proclamación, en contraste con el cañoneo entre los realistas que estaban atrincherados en el Real Felipe del Callao y las fuerzas del Ejército Libertador que les habían puesto cerrado sitio.

Las castas y cofradías de negros esclavos, se esmeraron en celebrar la independencia. Un decreto de San Martín estableció que los nacidos a partir de esa fecha eran libres.

En la Sierra, los guerrilleros peruanos no daban tregua a las fuerzas del virrey La Serna que se había afianzado en esa región. Las bajas españolas eran fuertes y las deserciones se producían en gran número, diezmando al aterrorizado ejército realista.

Unos días después de la proclamación de la independencia, el General Tomás Guido, secretario del Libertador San Martín, escribía a su esposa en Buenos Aires: “No he visto en América un concurso ni más lucido ni más numeroso”.

Luego, le refería que, desde la entrada del Ejército Libertador a la ciudad de Lima, el pueblo estaba transportado de alegría. Agregaba que en todas las plazas donde se hizo la juramentación apenas si se podía imponer silencio un instante, ya que las aclamaciones eran un eco continuado por todo el pueblo.

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