En el mes de octubre, Lima se viste de fiesta. Es el mes del Señor de los Milagros, el patrono de la ciudad, cuya venerada efigie es sacada en procesión y recorre la ciudad acompañada por cerca de un millón de fieles, miles de ellos vestidos con trajes de color morado.
La historia del Señor de los Milagros es muy arraigada y profunda, su culto se ha convertido de local en nacional y aparece vinculado ya no a Lima, donde nació, sino al del Perú mismo.
Cuando en 1624 asomó por estas costas el pirata holandés Jacobo L’Hermite Clerk al frente de la escuadra de 18 navíos, la ciudad hubo de disponerse para la defensa y el Marqués de Guadalcázar no sólo mandó artillar la ribera del Callao sino que ordenó levantar barricadas a la entrada de la ciudad, por los diversos caminos que conducían a ella.
El enemigo ciertamente estaba dispuesto a poner pie a tierra y no dejó de intentarlo más de una vez, pero felizmente fue rechazado.
Las barricadas fueron ubicadas en los barrios extremos de la capital del Virreinato más rico de Sudamérica. Estas defensas recibieron diversos nombres y el barrio de Pachacamilla le correspondió el de Santa Cruz. Curioso designio. Muchos años antes de que ocurrieran hechos que darían renombre a aquel lugar, había recibido el nombre con el que perduraría a través del tiempo.
LAS COFRADIAS EN EL VIRREINATO
Hacia el año 1650, unos negros de casta Angola, bien conocida en la Lima virreinal, se agremiaron y constituyeron en cofradía, levantando en aquel sitio una tosca ramada, donde tenían sus juntas y reuniones. La mayor parte de estos esclavos eran cristianos e imitaban en sus devociones a sus amos blancos.
Se asociaban para protegerse bajo la advocación de un santo, además fraternizaban entre sí, pues, las había de negros de otras castas que habían proliferado dentro de la población de esclavos y libres, tales como: congos, mozambiques, terranovas, mandingas y caravelíes, según el origen y procedencia de sus troncos familiares.
No se sabe, exactamente, a qué nombre correspondía la Cofradía que, a mediados del siglo XVII, se instaló en el barrio de Pachacamilla, lo cierto es que, en el galpón o cobertizo en que se reunían, mandaron pintar un Cristo Crucificado sobre el tosco muro de adobes.
Se cree que el autor fue un esclavo negro aficionado a la pintura, pero un papel antiguo que se conserva en el Monasterio de Las Nazarenas, dice que la imagen estaba ya pintada en el año 1651.
Lo asombroso de este hecho radica en que después de tres siglos, la figura de Cristo se conserva sin alteración, con la misma palidez de su cuerpo llagado.
LIMA Y CALLAO ARRUINADOS POR EL TERREMOTO DE 1655
El día sábado 13 de noviembre de 1655, a las dos y media de la tarde, un pavoroso terremoto sacudió sin piedad la ciudad de Lima y el puerto del Callao. El movimiento sísmico fue tan terrible que ambas ciudades quedaron prácticamente arruinadas.
Los temblores continuaron los días subsiguientes y, a consecuencia de ello, el hermoso templo de San Francisco se vino al suelo.
La gente llenaba las plazuelas y lugares despejados para buscar refugio en carpas y toldos provisionales. Sin embargo, a pesar de los enormes daños causados por el terremoto, el Cristo Crucificado del galpón de Pachacamilla estaba intacto, cuando todo a su alrededor había caído.
Por esos años, la Cofradía de Pachacamilla, había entrado en una etapa de olvido y, según refirió don Sebastián de Antuñado en el año 1689, “el sitio quedó hecho un corral inmundo y la imagen, por lo visto, expuesta a todas las injurias del tiempo, sin que en diez años que transcurrieron hasta el de 1671, nadie se hubiese cuidado de reedificar el galpón o de proteger la pintura”.
Fue un verdadero prodigio que la imagen se haya conservado, a través del tiempo, en medio de condiciones tan desfavorables para una frágil pintura.
SE INICIA EL CULTO AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
El hecho de que la imagen del Cristo de Pachacamilla, haya prevalecido a las inclemencias del tiempo, vale decir: lluvias, vientos, cambios de temperatura, polvo, etc. Cabe agregar que Dios se valió de un piadoso cristiano de nombre Antonio León, para que, por su intermedio, la gente empezara a reparar en la milagrosa imagen.
Antonio de León, vivía en el barrio de San Marcelo, cercano al de Pachacamilla y, desde algunos años, padecía de un tumor maligno que las medicinas ya no le podían curar. Un día del año 1670, al pasar por aquel lugar pudo ver que el Muro donde estaba pintada la imagen de Cristo Crucificado, no tenía más protección que un arruinado cobertizo.
Hombre de escasos recursos, hizo todo lo posible para adecentar el lugar y renovar la devoción que, al parecer, había sido objeto de parte de los pobladores. Muy pronto, sus oraciones y sus trabajos, fueron recompensados y desapareció el tumor maligno que le aquejaba. Su curación hizo noticia y la devoción por el Cristo de Pachacamilla fue creciendo.
Gobernaba entonces el Virrey Conde de Lemos, devoto y cristiano que defendía la religión y buenas costumbres. En su tiempo prohibió ciertos bailes y reuniones de negros y mulatos muy frecuentes entonces.
FAMOSA PINTURA DE CRISTO EN EL MURO
El barrio de Pachacamilla no escapaba a esta costumbre y se dice que, con motivo del culto a Cristo pintado en el famoso muro, se realizaban en la prohibición del Virrey. Fue el Párroco de San Marcelo, D. José Laureano de Mena, el que solicitó la intervención Eclesiástica para que se comprobara una de esas reuniones que se consideraba paganas.
El Virrey apoyó la demanda del Párroco y las autoridades determinaron borrar la imagen. En los primeros días de setiembre de 1671, fueron a dar cumplimiento a la ordenanza.
Sin embargo, ni uno de los hombres encargados de borrar la pintura pudo lograr su objetivo, quedando paralizados de extraño temor. Sólo uno de ellos logró raspar una parte de los pies, el día era aclaro y con sol, pronto cambio a gris y cayó una lluvia más intensa que de costumbre en esa época del año.
Los encargados de la diligencia, suspendieron su cometido y dieron parte a las autoridades y al Virrey. Este unos días más tarde, visitó el lugar y ordenó que en adelante se protegiese y ratificó el nombramiento de la autoridad eclesiástica para que D. Juan de Quevedo y Zárate fuese el mayordomo de la capilla del Santo Cristo.
El día 14 de setiembre de 1671, se celebró la primera misa en el lugar que, años más tarde, se convertiría en el hermoso templo de Las Nazarenas.
EL SEÑOR DE LOS MILAGROS, DEVOCIÓN POPULAR
Asegurado el culto, bajo la protección eclesiástica y civil, la famosa imagen, debidamente protegida en una pequeña capilla motivo una mayor veneración.
Se acrecentó con los años y se hizo costumbre la salida de una copia de la imagen del Señor de los Milagros por las calles de Lima. El Cabildo de Lima, no pudo menos que secundar el piadoso sentir de sus habitantes que lo proclamaban como su protector. Y, por un documento que viene a ser el primer homenaje tributado por la ciudad al que iba ser su Patrono, el 21 de setiembre de 1715, por unánime decisión de los Alcaldes y Regidores, se hizo voto y juramento de atender a su mayor culto y veneración.
Desde entonces, el Señor de los Milagros es el patrono protector de la ciudad de Lima, y la veneración y culto al milagroso Cristo de Pachacamilla ha crecido tanto que sus procesiones por las calles de la ciudad, son una pública y multitudinaria demostración de la fe cristiana del pueblo peruano.
Su fama y sus milagros han rebasado los límites de esta ciudad, y es venerado por cristianos de muchos pueblos del mundo.
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