Ramón Castilla nace en la ciudad de Tarapacá el 30 de agosto de 1797, a la edad de quince años ingresa al ejército realista en Concepción (Chile).
Manteniendo su puesto, fue tomado prisionero en Chacabuco, logrando escapar a Buenos Aires y posteriormente viaja a Río de Janeiro.
Con un brigadier español logra hacer el recorrido por el Mato Grosso y después de cinco meses de aventuras a pie por la selva, llega a Perú en 1818.
A continuación se integra al escuadrón Húsares de la Legión Peruana, como alférez, siendo ascendido a teniente en 1822.
Por sus méritos y acción de armas, su carrera militar es brillante, y ya en 1839, era general del Ejército peruano.
Ramón Castilla fue un patriota esforzado que se consagró por entero a la grandeza de la nación.
Como dice Manuel Mujica gallo: “Por sus virtudes de soldado, de gobernante, de líder, pero, sobre todo de hombre, puede decirse verazmente que las páginas de su historia purifican la historia patria”.
El Dr. Basadre, refiriéndose al Soldado de la Ley, dice: “De su culto a la honradez, nace el resorte de su autoridad incontrastable, Castilla, sus ministros y sus parientes salen del poder con las manos limpias”.
PRIMER GOBIERNO DE RAMÓN CASTILLA
Ramón Castilla se presentó como candidato a la presidencia en 1844, donde ganó las elecciones y tomó posesión de su puesto como Presidente Constitucional de la República el 20 de abril de 1845.
Hay que reconocer que Castilla comenzó a gobernar, cuando ya había alcanzado esa madurez que dan los años y la experiencia del trato con los hombres.
No era un iluso ni un imaginativo, y por lo mismo, vivía de realidades, pero por encima de todo su amor patrio era único.
Había servido siempre al país con el mayor desinterés y nunca había pensado en sí y en sus intereses particulares, sacrificándolo todo por el bien de la nación, la cual deseaba unida, grande y fuerte.
Durante su periodo comenzó la era del progreso en el Perú, Castilla inició su gobierno con un gran espíritu de generosidad para con los vencidos.
No le faltaron colaboradores, ya que tuvo el buen sentido de llamarlos donde quiera que se encuentren y cualquiera que fuese su color político, introduciendo en nuestras costumbres políticas una medida que siempre se debía haber adoptado.
EMPRENDIÓ OBRAS DE GRAN UTILIDAD
La Hacienda Pública se encontraba en un estado lastimoso, los fraudes, el derroche y las malversaciones era en el pan de cada día.
Gracias a la explotación del guano de las islas permitió un aumento en la renta fiscales y una mayor actividad del comercio, reactivándose la economía y con ello redujo enormemente la deuda interna como la externa.
La reforma fundamental fue la formación de un presupuesto, aun cuando la medida estuviese ya consignada en la Constitución.
Las obras públicas merecieron también su atención, se construyó el ferrocarril de Callao a Lima, que conectaba la capital con el puerto, y fue el primero en Sudamérica.
Hacia 1848, llegó al Callao el “Rímac”, primer barco a vapor adquirido por el Perú, contaba con un casco para cargar dos cañones de 68 lbs. y cuatro de 24 lbs.
Además contaba con dos máquinas alternativas Stiilman & Allen que movían dos ruedas de paletas laterales.
Con esto el buque aumentaba su velocidad sin necesidad de usar las velas y llevaba botes de emergencia en caso de hundimiento.
Se reorganizó la Universidad de San Marcos y se publicó el primer mapa del Perú hecho por Mariano Paz Soldán.
Fomento mucho la instrucción en todos sus niveles, fue un magnífico gobierno: de paz y prosperidad.
SEGUNDO GOBIERNO DE RAMÓN CASTILLA
Gobernó siete años, así como Presidente Provisorio como Constitucional (1855-1862), este último no fue tan constructivo como el primer periodo, fue más bien combativo y de lucha.
Primero, con la revolución de Vivanco, luego con los levantamientos que sumaron acá y allá y, por último con las Cámaras Legislativas, que se le opusieron muchas veces y no le permitieron obrar.
A todo esto vino a sumarse y la tensión de nuestras relaciones con Bolivia y luego la guerra con el Ecuador, que finalmente terminó pronto y en cierto modo contribuyó a robustecer su régimen, convirtiendo al Perú en la primera potencia naval de Sudamérica.
RAMÓN CASTILLA ABOLIÓ LA ESCLAVITUD Y EL TRIBUTO INDIGENA
Mientras se encontraba en campaña a la cabeza de la revolución liberal contra José Rufino Echenique, Castilla firmó un decreto el 5 de julio de 1854 donde se abolía el tributo de los indios.
El tributo se había establecido durante el virreinato y tomaba ventaja de los campesinos que, a pesar de pagar su tributo, vivían en condiciones muy pobres.
A todas estas medidas, muy dignos de encomio, habría que añadir: la ejecución del censo de la República en 1862, el alumbrado de gas en Lima, la instalación del primer telégrafo, el servicio de agua potable, la introducción de los sellos de franqueo en el despacho de la correspondencia, la reorganización de la escuela militar, etc.
MUERTE DE RAMÓN CASTILLA
Era septiembre de 1866, Mariano Ignacio Prado se presentaba como candidato presidencial, sin abandonar el poder, Castilla se sitúa en la oposición y es desterrado a Chile, estaba confinado en Quillota.
A pesar de sus años y de sus achaques, se mueve a fin de conseguir los elementos que necesita y el 23 de abril de 1867 se embarca en el vapor Chile, en compañía de algunos jefes peruanos.
Al llegar a Mejillones obliga al capitán de la Limeña, en la cual se habían embarcado los fusiles adquiridos, y con un dinamismo que no era de esperar en un anciano, inicia la campaña en el sur.
El 18 de mayo llega Tarapacá y los vecinos lo reciben alborozados, sin embargo, al bajar del caballo, las fuerzas le faltan y cae al suelo.
Con urgencia fue trasladado a Arica, pero el 30 de mayo, como a las cuatro de la tarde, en la ruta de Tibiliche, exhaló el último suspiro en los brazos de su sobrino el Sr. Coloma y de otros tarapaqueños que le acompañaban.
Cuando le indicaron que dada la gravedad de su estado, no era posible que los acompañase, él dio por toda respuesta, la siguiente: “Los hombres como yo mueren a caballo”. La profecía se cumplió.
HONORES AL MEJOR SERVIDOR DE LA PATRIA
Los restos de Castilla fueron trasladados a Pisagua y luego a Arica, en donde fueron depositados en la iglesia parroquial.
Más adelante, gobernando D. Pedro Diez Canseco, fue enviado el Huáscar a fin de traerlos a Lima y la comisión estaba encomendada a D. Manuel Ferreyros.
El recibimiento que se les hizo en El Callao y Lima fue apoteósico.
El 20 de julio de 1869 la ciudad apareció enlutada, un tren especial condujo el féretro a la estación de San Juan de Dios y de aquí se le condujo a la iglesia del Sagrario.
En este lugar permaneció hasta el 23, señalado para las exequias, que fueron como pocas veces, suntuosas.
El coro y la orquesta la dirigían el maestro Alcedo y Rebagliati y la oración fúnebre estuvo a cargo del Monseñor Teodoro del valle, obispo de Huánuco.
Con los honores correspondientes fue conducido al cementerio, en donde se verificó la inhumación, en ese lugar se le dirigió más tarde el mausoleo que había decretado la nación.
“Castilla, ha pasado a la posteridad como el prototipo de energía y firmeza, pero también del más sincero y desinteresado patriotismo, pues no cuido de mirar por sus intereses sino que todo lo puso al bien de la patria”.
“No hay nación que haya tenido jamás, servidor tan fiel ni tan devoto, ni de quién recibiese tan marcados beneficios”, son frases sencillas y convincentes salidas de la mente de Markham, un historiador inglés y ferviente peruanista.
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