Cuando éramos chicos, confeccionar o hacer tu propia cometa de caña y papel se convertía en un reto, una verdadera competencia de barrio; el quién la hacía más grande o más llamativa era el debate del momento.
En aquellas épocas, el año se medían por los juegos (quienes tuvimos oportunidad de jugar y patotear por las calle y por lugares donde nuestros padres normalmente nos prohibían), los que eran el punto de partida para los pleitos y competencias entre barrios ya fuera en las vacaciones o el periodo escolar.
Así fue, así sigue siéndolo medianamente ahora. Había una temporada en que el trompo y la huaraca se convertían en verdaderos reyes; se hacía un círculo en el suelo y se jugaba a sacar fuera de la circunferencia chapas o alguna que otra cosa.
Los trompos tenían una punta de acero afilada y peligrosa que permitía, en otra variante del juego, llevar al trompo del competidor a lo que se llamaba “cocina”, lugar, en el que al caer el trompo del competidor permitía y obligaba a aplicársele una pena: “el quiño”.
Consistía en darle un golpe con la punta de los trompos ganadores en la “cabeza” del trompo perdedor para, efectivamente, quiñarlo, con la intención de echarlo a perder, tarea difícil porque los trompos generalmente eran de madera de naranjo, dura como una piedra.
LOS JUEGOS DE INFANCIA POR TEMPORADAS
Cada temporada tenía su juego, había una en que se jugaba run-run: se pasaba una pita por los dos huecos de un botón a fin de que giraran en torno a sus dos ejes, consiguiendo velocidades increíbles, según se enroscara más la pita que sostenía el botón, jalada en sus extremos por un dedo de cada mano.
Algunos muchachos se arriesgaban más cuando preparaban su run-run con una chapa de bebida gaseosa, chancada y extendida y puesto a afilar, convirtiendo a ese círculo de metal filudo y perfecto, como un botón que se convertía así en un arma; se jugaba a cortar la pita del contrincante. La competencia se pagaba con bolas (canicas) o figuritas.
Algunos mafiosos jugaban a dinero, generalmente centavos, cuando ya no se podía pagar, con bolas, figuritas o tapas de pomos de leche.
Las temporadas de juegos duraban uno o dos meses, coincidiendo casi con los bimestres del colegio. Las bolas se jugaban casi todo el año; quiero decir que cada muchacho, por lo general, siempre tenía en su bolsillo bolas para jugar a los “ñocos” o “polis” con figuritas de los álbumes del momento sobre alguna serie o programa de televisión.
LA DIVERSIÓN NUNCA ACABA
Se jugaba también a las escondidas o a las chapadas, pero lo más hermoso de todo era hacerse una cometa y volarla.
Para esto debíamos ir hasta las chacras a buscar, al filo de las acequias, cañas o zacuaras para hacer el esqueleto de la cometa, se compraba papel delgado en los “chinos” de las esquinas, se pedía trapos viejos a la tía o a la hermana o a la madre o a la abuela, o si no se quitaban cuatro tiras de una cortina vieja, se preparaba engrudo en una olla delgada como sartén y se armaba la cometa.
Buena, mala, chueca, perfecta, con flecos o zumbadores: se hacían “pavas”, “barriles”, “cubos”, “águilas”, “aviones”, “cajones” o el sencillo “pañuelo”. Hacerla, templarla con el pabilo, amarrarla, buscarle el peso exacto era toda una tarea sobre todo para colocarle la cola.
El vuelo era el más grande regocijo de la imaginación; ponerle una cuchilla de afeitar en el extremo de la cola para “pelear” allá en el cielo con otra cometa, era motivo de comentarios y fabulaciones después de la reyerta.
La cometa era así la realización de todo un proyecto que se aprendía de los hermanos mayores, de los primos, desde el “punto” del engrudo, desde el tipo de caña elegido, desde el corte espigado de las zacuaras, desde el amarre, desde la medida de los “tirantes” para que la cometa resistiera mejor los enconos del viento, desde el peso de la cola.
CONSTRUYE TU PROPIA COMETA
Todo esto era una tarea que apuntaba a la perfección, cuya meta era volar mejor, hacer las piruetas más atrevidas y arriesgadas, volar más alto, como si en ello estuviera la consecución de un deseo al Altísimo, como si a través de la cometa pudiéramos tocar con nuestras manos a las nubes.
Con la cometa se mandaban “correos”, papeles escritos con deseos metidos por el hilo, haciendo que el viento llevara los mensajes hasta el corazón mismo de la cometa.
Ahora, ya no se hacen cometas, ahora se importan MADE IN TAIWAN. Ya los niños no diseñan su proyecto, las acequias ya no existen, fueron reemplazadas por condominios y más pistas.
Los niños ya no palpitan con la emoción de hacer, fabricar o construir con sus propias manos el más hermoso y preciado juguete, que lleve su imaginación a las nubes para sostener su fantasía, que a lo mejor será lo único hermoso que tendrá en la vida.
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Épocas de la infancia. Nunca olvidaré cuando mi papá hizo un cometa grande con la figura del escudo peruano, y ver con alegría, como se elevaba en el cielo. Momentos muy felices.
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