En la esquina que forman el Jirón Cochrane y la Avenida Buenos Aires, en el Callao-Perú, se encontraba una dama que recuerda. Dentro de una hornacina enclavada en la pared de un bullicioso bar podía verse la estatua de una dama sombría, sin brazos y sin piernas, tallada en madera y testigo silencioso del maremoto de 1746.
Esta obra de arte carece de una leyenda que narre su historia. Además, la falta de un cristal protector la exponía a vejámenes de los transeúntes.
La mutilación de su bella nariz parece ser consecuencia del descuido en que se le tiene.
Su cuerpo es de formas soberbias –quizás fue una sirena. Pero ello no disminuye la impresión de que se trata de una estatua patética que podría simbolizar la vida y la muerte. La conmemoración de un día apocalíptico ¿o también una atroz advertencia?
Si esa estatua pudiera hablar, qué espeluznantes historia contaría. Porque esa dama es sobreviviente de muchas aventuras marineras y también de la terrible tragedia que estremeció a Lima y Callao el 28 de octubre de 1746.
Parece que su autor, algún artista español de varios siglos atrás, intentó perennizar una grácil ondina en noble madera. Como ninfa de las aguas, su ubicación natural era la proa de algún solemne galeón o bergantín.
Así, según algunas fuentes, pasó a constituirse en mascarón de proa del navío de guerra “San Fermín”, uno de los tantos buques que surcaban los mares del sur en misión de expoliación y comercio en nombre de sus Majestades los Reyes de España.
UNA DÍA DE PESADILLA
Cierto día del año 1746, el citado navío ancló en el primer puerto sin que sus tripulantes pudieran imaginar que, no volvería a la mar. Un terrible designio pesaba sobre ese navío y muchas otras embarcaciones y hombres presentes en la bahía chalaca.
Entonces el Callao viviría quizás la tragedia más grande, la hecatombe que dejó el sismo de esa fecha de pesadilla y su secuela un maremoto.
El Padre Pedro Lozano, cronista de la Compañía de Jesús, al comentar los efectos de la formidable convulsión terráquea, consigna un dato estremecedor: “La Iglesia de los Padres Agustinos fue trasladada de un lugar por las aguas, a un lugar inmediato, distante cuatro cuatros…”
Ello fue posible, porque según afirmaciones del geógrafo Feizer, en esa época la mayor parte de construcciones del Callao tenía por material caña tejida, barro y madera.
Pero, si la ligereza de esos materiales era una garantía contra los sacudimientos terrestres, contados eran los edificios que estaban en condiciones de soportar el embate de la monstruosa ola que generó allí el terremoto.
EL MAREMOTO DEJÓ POCOS TESTIGOS
El Diario del historiador José Eusebio Llano y Zapata menciona la muerte de 4,900 personas sólo en ese lugar. Pero, el Padre Lozano lo contradice y apunta que los muertos fueron unos 7,000.
“Cien sobrevivientes salvaron gracias a la protección de las murallas del Fuerte de Santa Cruz (ya desaparecido), el resto más de 4,800 hombres y mujeres, niños y ancianos, fueron arrojados por la violencia de las aguas a la Isla de San Lorenzo, y otros cadáveres fueron lanzados a otras playas y puertos”, dice el Padre Lozano.
Veintitrés buques estaban anclados en el puerto. Una de esas naves era el “San Fermín”. Se dice que el citado mascarón se desprendió del casco durante el violento viaje de la nave a tierra.
El Marqués de Obando, Comandante de la Escuadra en los Mares del Sur, en comunicación a la Corte sintetizó tanto horror en las siguientes palabras: “No hay hipérbole que logre significar tanta tragedia en tan poco tiempo”.
Las epidemias ocasionadas por las personas y animales muertos insepultos, ocasionaron más muertes. Se dice que algunas aves marinas, extrañamente aprendieron a comer carne humana. Esto hizo circular las más pesimistas especulaciones entre los sobrevivientes.
Al respecto, Llano y Zapata señala: “Según la más juiciosa y prudente estimativa han muerto cientos por la epidemia de tabardillos, efectos celíacos y otras especies de enfermedades que casi querían acabar con los habitantes de Lima y sus contornos”.
DESTINO DE UNA DAMA QUE RECUERDA
Posteriormente, el Marqués de Obando intentó reflotar el “San Fermín”, que fue hallado semi destruido en una de las calles del Callao. Al desecharse esa posibilidad, se le desmanteló.
La colocación de su mascarón entre el Jirón Cochrane y la Avenida Buenos Aires data de unos 150 años aproximadamente y ahora desaparecida.
Esta estatua junto a la venerable efigie del Señor del Mar, que se erige en una de las esquinas del Mercado Central del Callao, y cuya historia sería material de otro artículo, pueden ser calificados como los monumentos recordatorios de una tragedia cuya magnitud, piadosamente, el tiempo se ha encargado de minimizar.
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Me gustó mucho la narración muy interesante
que buena historia, gracias por compartir este tipo de historias, que nos hace conocer a nuestro peru antiguo.
un abrazo.