El 5 de octubre es un día de gloria e inmortalidad para la Medicina Peruana, se conmemora la muerte del mártir y héroe de la medicina Daniel Alcides Carrión, que se atrevió pese a las limitaciones de su época a desafiar la ciencia estudiando en su propio cuerpo una enfermedad conocida por los incas como sirki, por los conquistadores españoles como verruga y posteriormente como fiebre de la Oroya.
Daniel Alcides Carrión nació en Cerro de Pasco el 13 de agosto de 1857 en una casita modesta, con techo de paja. Era hijo natural de un médico ecuatoriano, que le dejó huérfano a los ocho años.
A su madre debió su educación en Tarma y Lima, en Guadalupe. En 1880 ingresó a la Facultad de Medicina. Al año siguiente, como tantos estudiantes, combatió bravamente en Miraflores, defendiendo la capital.
Ese mismo año de 1881, ocupada Lima, Carrión empieza a estudiar varios casos clínicos en los hospitales de San Bartolomé, Santa Ana y Dos de Mayo.
Por esos años al menos unos siete mil trabajadores perdían la vida por una enfermedad que provocaba fiebres muy altas acompañadas por brotes verrugosos.
¿QUÉ ES LA VERRUGA PERUANA?
Muy atrás hay que volver los ojos, para encontrar en la prehistoria peruana testimonios de esa dolencia llamada ahora Enfermedad de Carrión. Quizá en la palabra “sirki” o verruga de sangre se va precisando su concepto para diferenciarla del “tictti” pequeño nódulo cutáneo y del “kcceppo”, forúnculo o absceso.
En 1531 la expedición de Francisco Pizarro desembarca cerca del pueblo de Coaque (Ecuador), y sus huestes sufren una terrible enfermedad. Describen ellos una erupción de verruga sangrante con dolores articulares y fiebre alta, que diezmó a la tropa, no así a los indios para los cuales: “No era dañosa por ser su propia tierra”.
En 1630, un médico peruano, don Pedro Gago de Vadillo, describe en los valles de Huaylas una enfermedad producida por beber agua de quebrada y se caracteriza por la erupción verrugosa típica. Muchos otros médicos en la época republicana tomaron interés en estudiar esta terrible enfermedad.
Pero a pesar de intentos de sistematizarla, tenía demasiadas interrogantes y el principal de ellos era ¿Cuál es el tratamiento?
Entonces surge la hipótesis de que la verruga y la fiebre de la Oroya eran la misma cosa. Con esto empieza su historia de Daniel Alcides Carrión.
UNA PROFESIÓN DE SERVICIO
El 27 de agosto de 1885, un joven de 28 años llamado Daniel Alcides Carrión, consiguió “no sin dificultad”, según sus propias palabras que su maestro, el doctor Evaristo Chávez, practicara en él dos inoculaciones de verruga en cada brazo, cerca del lugar donde normalmente se hace la vacunación.
A las diez de la mañana, el estudiante de último año de Medicina se sometió voluntariamente en el Hospital Dos de Mayo al experimento que le costó la vida y que le ha inmortalizado, como mártir de la Medicina peruana. Es más, lo hizo por iniciativa y exigencia propias y desoyendo todos los consejos de sus maestros y condiscípulos.
“¿Qué peligro puedo correr? -llegó a decir- Lo más que puede sucederme será que tenga una erupción interna, pero algo hay que hacer. Y si muero, qué importa el sacrificio de una vida si esto presta un servicio a la humanidad”.
El doctor Chávez, los condiscípulos Arce y Rodríguez y el jefe del pabellón, doctor Villar, insistieron hasta el último instante en disuadirlo.
Carrión dijo que en tal caso lo haría por sí mismo. Pequeño y pálido, brillantes los ojos y apasionado como siempre, parecía resuelto a todo. El maestro tomó entonces la lanceta o cuchilla médico, rasgó uno de los rojos tumores verrugosos del enfermo Carmen Paredes, que ocupaba la cama N° 5 de la sala “Nuestro Señora de las Mercedes”, tomó el líquido que manaba y lo depositó en los cortes practicados en ambos brazos de Daniel Carrión, su admirado discípulo.
SEGUIMIENTO MINUCIOSO A UNA ENFERMEDAD
Ese mismo día Carrión abrió un diario, donde empezó a describir minuciosamente lo ocurrido y sus sensaciones: “A los veinte minutos comenzaron a manifestarse algunos síntomas locales…” y así sucesivamente, día tras día.
Durante 31 días nada importante ocurre, pero el 17 de setiembre anota Carrión algunos dolores y un malestar indefinible. Dos días después, se iniciaba la fiebre, el “calor quemante” y los dolores más intensos.
Carrión sigue escribiendo y sus padecimientos se agudizan. No puede dormir. La fiebre es altísima y hasta su lucidez se debilita.
El 5 escribe: “A partir de ahora me observaran mis compañeros, pues por mi parte confieso me sería muy difícil hacerlo…” A su padre, para no alarmarlo, le escribe: “Estoy en convalecencia y no tengo gran cosa que decirle”.
Toda la ciencia médica peruana sigue paso a paso el patético experimento del joven Carrión, cuyo desenlace ve venir. Le practican toda clase de intervenciones, más bien para aliviarle que para detener la enfermedad y termina el mes de setiembre.
HEROICO SACRIFICIO DE UN MÁRTIR
En el mes entrante estará resuelta la situación, había escrito. Y cuando corren los primeros días, ya nadie duda de que el final está cerca.
El día dos ya no encuentra palabras para expresarse. Se desespera: “no sé por qué me he vuelto tan torpe”, dice a sus amigos. Y al día siguiente, perfectamente lúcido, declara: “Si lo que tengo es la fiebre de Oroya, aquella fiebre de que murió Orihuela… mejor es no pensar en esto”.
El cuatro amanece sin fiebre. Le visten y le trasladan a una camilla. Dice a un alumno del primer año: “Aun no he muerto, amigo mío. Ahora les toca a ustedes terminar la obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado.”
Le llevan a la Maison de Santé, donde le aguardan amigos y condiscípulos, en gran número. Por un momento se le nota una mejoría, que los médicos deciden aplazar la transfusión de sangre hasta el día siguiente.
Carrión, contrariado, decae rápidamente. La noche es de gran ansiedad y al día siguiente, el 5 de octubre de 1885, delira, sin conciencia. Explica las teorías sobre el origen de la verruga. Llama a sus amigos, sin reconocerlos ya.
A las 11:30 de la noche expira. No sin haber probado con su vida que la verruga peruana y la fiebre de la Oroya eran una sola y misma enfermedad.
CARRIÓN DEMOSTRÓ LA HIPÓTESIS CON SU VIDA
Todo su martirio quedó científica y rigurosamente registrado. El examen de su cadáver constató lo que la observación clínica ya había señalado.
Cuando enterraron a Carrión, unos 200 estudiantes de Medicina le llevaron en hombros por las calles. En el cementerio general Presbítero Maestro dijo uno de sus amigos:
“Señores: el nombre de Carrión pasa a la historia con iguales títulos que los venerables nombres de Jenner, Pasteur, Ferrán, y se repetirá de siglo en siglo, con la gratitud eterna de los hombres de corazón”. Así Daniel Alcides Carrión demostró esa hipótesis, encontró que su propia vida era un bien digno de brindarse, porque de su sacrificio se beneficiaría la humanidad.
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