SANTA ROSA DE LIMA, PRIMERA SANTA DE AMÉRICA
Santa Rosa de Lima, es la más auténtica representante del espíritu religioso y místico de Lima en el siglo XVII. Su piedad, su ternura y delicadeza se identifican con el fervor que caracteriza esa época en todo lo que tiene de puro y sublime.
SANTA ROSA ESCRIBE CARTA AL REY
Cuenta la historia sobre Isabel Flores de Oliva, primera Santa de América, el 16 de abril de 1618, el virrey del Perú, príncipe de Esquilache, tomo otra vez la pluma, no para escribir como solía hacer, un verso, sino para informar al rey. Unas pocas líneas sobre un asunto que, aunque de poca importancia en apariencia, bien valía ese pliego.
Acababa de morir en Lima una muchacha de 31 años, soltera, de modesta situación y apasionadamente entregada al misticismo. Una de tantas, en verdad. No obstante lo insignificante del caso en sí, cierta circunstancia lo convertían en noticia digna del interés personal de un virrey y de un monarca:
“Señor: en los días pasados murió en esta ciudad una doncella natural de ella, hija de Gaspar Flores, gentil hombre de la compañía de los arcabuces, llamada Rosa de Santa María, beata de la orden de Santo Domingo, mujer tenida comúnmente por muy ejemplar y de extraordinaria penitencia y que el día de su muerte y en mucho después fue muy grande la aclamación y concurso de gente que concurrió a su entierro y honra, habiéndole ha tenido dos días descubierta, antes de enterrarla, por la devoción del pueblo que lo pidió así. También se ha dicho que por medio suyo ha obrado Nuestro Señor algunos milagros, aunque no están probados hasta ahora. Vánse recibiendo las informaciones por el arzobispo y por ser este caso tan particular me ha parecido dar cuenta a vuestra majestad, cuya Real Persona guarde Nuestro Señor como la Cristiandad a menester».
AGONIA DE UNA SANTA
Desde el 1 de agosto Isabel Flores de oliva estuvo en agonía, en días anteriores había acudido a despedirse de su madre. Rasgando una vihuela había entonado esta copla, dirigida a Santo Domingo:
“Padre mío, Domingo
antes que muera
te encomiendo a mi madre
que sola queda”.
Y luego, el mismo día primero, había llegado hasta la virgen del Rosario, en el templo de Santo Domingo, para darle también su adiós.
En casa del contador de la Santa Cruzada, don Gonzalo de la Maza y su esposa, María de Uzátegui – hoy convento de Santa Rosa- sintió a medianoche “las fatigas de la muerte”, según sus palabras. A sus gemidos acudieron doña María y sus hijas y le encontraron tendida en el suelo, bañada en sudor frío, alterados el pulso y la respiración. Pero ella decía que era asunto del médico del cielo, no de los limeños. Sentía como si un hierro encendido le traspasara de pies a cabeza y un puñal abrasador le hiriera el corazón. Todo su cuerpo se dolía de golpes. Un dolor incomparable la doblegaba. El 6 de agosto, medio cuerpo quedó paralizado. La sed, el desasosiego y la angustia de la muerte siguieron día y noche.
El 23, rodeada de sus padres, confesores y amigos, anunció su muerte. Pidió a una de sus devotas, Luisa Daza, que cantase, acompañada de la vihuela. Rogó a su hermano Hernando que le ayudase a poner la cabeza sobre el leño que le servía de almohada.
DIJO MÁS TARDE EN SU LECHO DE MUERTE: “JESÚS, JESÚS SEA CONMIGO”
Cuando expiró, era ya el día 24 de agosto de 1617, era la fiesta de San Bartolomé y el padre Loaiza refiere:
“Quedó hermosísima, los ojos abiertos y quebrados, la boca entre abierta como si estuviera riendo de suerte y que fue necesario se le pusiera un espejo para ver si estaba muerta”.
“Los ojos no se le quebraban, ni las niñas se apartaron del lugar donde estaban cuando vivía; y después, aunque los cerraron con fuerza, quedaron medio abiertos y como de persona que está elevada”.
El gran pintor Angelino Medoro pintó su rostro muerto, gracias a su pincel, conocemos los grandes ojos de Isabel, entre abiertos en sus cuencas profundas, como mirando al infinito; no son familiares la línea limpia y alada de su cejas, la nariz de buen trazo, que juega con el óvalo perfecto de la cara y con la boca breve, que parece murmurar su último arrobo místico.
SANTA ROSA ENTREGADA A DIOS
En sus 31 años de vida, poco hizo esa muchacha, como no fuese amar apasionadamente a dios y ofrecerle su propia existencia.
La oración, la contemplación, el ascetismo, la expiación de las faltas ajenas fueron sus ejercicios de todas las horas. Las más ásperas penitencias, su descanso. La soledad, su refugio. La perfección, su medida.
Su verdadero nombre era Isabel Flores de oliva, nació en Lima el 20 de abril de 1586 en la casa en donde se encuentra hoy el convento conocido como Santa Rosa de los padres, donde entonces colindaba por el fondo con el hospital del espíritu Santo, tuvo 12 hermanos. Sus padres: Gaspar de Flores su origen de San Juan de Puerto Rico y su madre, María de oliva, ella era limeña.
La familia era modesta, como que Gaspar, por no haber podido conseguir encomienda hubo de emplearse en la compañía de arcabuces, una especie de guardia del virrey. Era maestro de armas y en lengua aborigen. Vivía en las afueras de la ciudad, en un barrio pobre.
Isabel fue una niña extraordinariamente bella. Refiere la tradición que cuando en Lima no se cultivaban rosas, aunque había muchas otras variedades de flores que adornaban los huertos y jardines, en el huerto de la casa brotó espontáneamente un rosal, que fue cuidado por ella con gran amor. El sobrenombre de Rosa surgió naturalmente.
A ella le incomodaba, como expresión de frivolidad, hasta que a los 25 años decidió adoptarlo como ofrenda a la virgen y se llamó así misma Rosa de Santa María.
SANTA ROSA VIVIÓ EN QUIVES
A fines del siglo XVI la familia se trasladó a Quives, pequeño pueblo en el valle del Chillón, llamado hoy Santa Rosa de Quives.
El padre manejaba un obraje y allí la niña de 11 años conoció al arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo, que subiría con ella a los altares.
De vuelta a Lima cuatro años después en el barrio de San Sebastián, Isabel inicia su vida mística. Pocas veces cruzaba las calles, como no fuera para acudir a sus devociones en Santo Domingo, donde debió haberse cruzado más de una vez con un mulato, al que hoy conocemos con el nombre de San Martín de Porres. El tercer santo que conoció personalmente fue San Francisco Solano.
Le basto oír su palabra encendida para comprender que su camino no podía ser otro que le entregara dios.
NUNCA SE HIZO MONJA
Tomo simplemente el hábito de la Orden Tercera de Santo Domingo e hizo votos de castidad, pobreza y obediencia. En el jardín de su propia casa construyó la pequeña hermita que todavía existe. Los milagros que la piedad ingenua del pueblo le atribuye son muchos.
Pero los que sí parecen haber sido ciertos son sus mortificaciones extremas.
Los testigos de su proceso de canonización aseguran que ayunabas desde niña, a veces semanas a pan y agua. Dormía sobre troncos, pedazos de tejas y platos quebrados, con cañas, virutas o una doble por almohada.
Se dice que bajo el velo tenía una corona de clavos y que cubría su cuerpo una túnica de jerga, que usó hasta su muerte. El amor a dios no conoció en ella límite. Le amo con pasión encendida y total, le amo en el templo, en la naturaleza y en los hombres.
SANTA ROSA Y SUS MILAGROS
Hechos extraordinarios caracterizaron a la vida de Santa Rosa desde sus primeros años pues su espíritu místico se despertó cuando era muy niña dedicándose a la oración y a la meditación.
Muchos otros hechos extraordinarios se relatan, ocurridos cuando aún estaba en vida, así como milagros operados después de su muerte, como aquel de hacer llover flores sobre la mesa de trabajo de Clemente IX cuando éste expresó sus dudas de que hubiese una santa en América.
Fue tal admiración que este papá tuvo por la santa que dio muchas disposiciones en su honor, después de ordenar su beatificación, inclusive que fuera patrona del Perú y de Lima y, cuando falleció, dejó un legado para que se levantara una capilla Santa Rosa en su pueblo natal.
Se afirma que el primer acto del rey Felipe IV al asumir la monarquía, fue firmar la cédula real por la que se solicitaba en la canonización de Santa Rosa oficialmente.
Clemente IX el 12 de febrero de 1668 dispuso la beatificación de Santa limeña y su canonización fue ordenada por Clemente X el 12 de abril de 1671 cuando a su vez la proclamó Patrona del Perú, de América, de las Indias y Filipinas. Su gloria se extiende hoy al mundo entero.
En estas dos oportunidades, Lima celebró con gran pompa estos acontecimientos, siendo Virrey el conde de Lemos.
Con fecha 29 abril de 1965, Su santidad, el papa Paulo VI, declaró a Santa Rosa de Lima “Virgen Celestial, patrona ante Dios de la Guardia Civil del Perú”.
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