¿Qué pasa en el cuerpo y en la mente del bebé en los momentos en que nace? ¿Cómo supera esa débil membrana que separa la vida de la muerte?
Si bien el parto produce un violento shock en la criatura, la atención adecuada de un equipo de especialistas evita las consecuencias negativas que podría producir.
Pardtrekskonocimiento, tu página favorita te brinda los detalles más importantes de esos milagrosos instantes en que se inicia la apasionante aventura de vivir.
DESDE LA PIEL DEL BEBÉ
Es apenas un instante, breves sesenta segundos en que recorre toda la historia de la humanidad, abandona su tibio refugio acuático y se enfrenta con un mundo desconocido que solo le produce miedo.
Algo extraño le sucede de pies a cabeza: siente frio y sin embargo un torrente de fuego comienza a funcionar debajo de la piel, le pasan cosas que le asustan y de golpe un terror opaco le gana los sentidos, entonces llora desconsoladamente, es decir empieza a vivir.
En ese minuto mágico -después del alumbramiento- es cuando el bebé adquiere las definitivas cualidades del ser humano. En su cuerpo y en su mente ocurren transformaciones vertiginosas, comienza a respirar, los ojos se le llenan de brillo y color, los oídos le acercan un mal verso estruendoso, percibe el fuerte olor de su madre mezclado a otros aromas que lo invaden y siente, sobre todo, su cuerpo algo húmedo y gélido e involuntariamente comienza a tiritar.
Su primer acto vital es el de poner en marcha un complicado mecanismo que lo ayuda a superar esa milagrosa aventura que recién se inicia. Pero no está solo, todo el mundo vela por él, miles de ojos lo contemplan, desde cientos de siglos para que él pueda convertirse en ese ser tímido o irreemplazable que algún día experimentara odio, amor, tristeza y alegrías.
EL DOLOR DE NACER
En la sala de parto todo está preparado para su llegada. En los rostros de todos los integrantes del equipo médico hay una especie de ansiedad eufórica que se lee en los ojos, se advierte en las voces, se sospecha en los gestos. Nadie charla en voz alta; allí la rutina no existe: cada movimiento es una ceremonia inaugural que manifestar, por el que va llegar un respeto infinito con alegría reverente.
Una clara luz cenital ilumina el pulcro ambiente. Estuchados en sus cajas de metal, reposan los fríos acerados instrumentos quirúrgicos, listos para entrar en acción si fueran necesarios.
TODO LISTO PARA EL MILAGRO
De pronto se da cuenta de que el cuarto está demasiado cargado y la joven mamá transpira abundantemente cuando comienza el trabajo de parto; una fuerte contracción la agita y su marido convenientemente aleccionado por los médicos en los meses previos -le hace una serie de masajes que la sedan inmediatamente.
El único ruido que oye es la voz de la partera auxiliar, que le da a la madre continuos y puntuales consejos. La doctora, realiza precisos movimientos profesionales y se apresta a recibir a la criatura que desciende ya por el canal de parto. Una luz directa esta apuntando hacia el sitio por el cual asoma la cabeza.
Ahora, en la sofocante sala de parto, todos están callados, la mamá cierra los párpados y aprieta los labios, la enfermera le pasa un paño por el rostro y el joven esposo mira, deslumbrado, hacia todos los lados y sonríe con la mirada mientras sus manos encierran las manos de su mujer.
Mientras la doctora sostenía la cabeza del bebé con su mano izquierda -seguramente para impedir alguna posición anormal-, el varoncito ya abandonaba para siempre el seno materno. El cordón umbilical todavía lo unía a su madre, latiendo con fuerza.
PRIMERAS SENSACIONES POR LA VIDA
Súbitamente el pequeño hizo con la boca un movimiento de succión (su primer acto independiente) y comenzó a llorar. De repente, los alveolos pulmonares se le habían llenado de aire y expandido con fuerza generando una reacción violenta, nueva, dolorosa, desconocida para él, le había provocado el llanto.
Mientras la médica se ocupaba de la madre, la partera había cubierto al recién nacido con una compresa y lo apoyó contra el vientre de la madre, que reía y lloraba al mismo tiempo, aún asombrada, emitía una risita saltarina y su esposo le besaba la frente, apasionadamente, como si estuvieran solos.
El pedíatra, con manos expertas, auscultaba la frágil anatomía del recién llegado y felicitaba a los flamantes padres. Sin embargo, un frio implacable comenzaba a incomodarlo y aun no sabía cómo evitarlo.
UN REENCUENTRO CON EL AGUA
La enfermera preparaba ya el baño reparador que no sólo habría de darle el calor suficiente, sino que lo volvería, al menos por un rato, al medio acuoso en el cual había vivido nueve meses.
El pulso le latía con fuerza, impulsado por un corazón fuerte, y los pulmones se expandían y se comprimían involuntariamente agitados por el sollozo. Seguramente era más cómodo respirar por medio de la sangre de la madre y oír solamente el ritmo cardiaco de ese ser cálido y protector que le había dado la vida.
Una pinza de Kocher le fue colocada a unos cinco centímetros del ombligo, y otra a una cuarta distancia sobre el cordón umbilical, de unos 80 centímetros de largo, que fue limpiamente seccionado. Mientras la madre recomponía su tocado, el bebé recibía los beneficios del agua tibia.
Poco a poco se fue callando y terminó precipitadamente en un pozo profundo, donde por fin podía descansar y olvidarse de la piel, de los pulmones, del corazón nuevecito, del frio que lo aterrorizaba y dormir así en esos brazos de la madre que lo arropaban y le daba una felicidad inefable.
Su madre, la única en el mundo aparte de él que había sentido ese doloroso y extraño “primer minuto de vida”.
RECIENTES
