El gran escritor e innovador del siglo XX César Vallejo, predijo su muerte fallando solamente por un día, aquí una instantánea de su vida social en la atormentada Europa en los inicios de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando en el Café Torttoni de Av. Mayo en Buenos Aires le anuncié mi próximo viaje a Europa, a Ramón Gómez De La Serna “El de las Greguerías”, me miró con sus ojos negros y penetrantes de felino y me dijo casi como un reto:
– Se ha vuelto loco… salir de Buenos Aires para meterse en la guerra, ni soñarlo. Europa será arrasada por Hitler o Mussolini, cualquier día. Era verano de 1937.
Luego cuando supo de mi intención de llegar a Madrid, el hombre del célebre “Café Pombo” no salió de su asombro. No hice caso del consejo y partí a Europa.
Mi camino tenía una meta: París y allí llegué y allí me afinqué por algunos años; primero en una callecita tortuosa, “Citu du Midi”, en el boulevar Clichy, no lejos de Place Blanche.
Los bombarderos y la trepidante lucha detrás de Los Pirineos -en territorio español- aterrorizaban a Europa como también las amenazas expansionistas del Nazismo y los arrebatos operísticos de Mussolini en Etiopía.
¡RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, TENIA RAZÓN!
¡Europa era un barril de pólvora! En el ir y venir y en los primeros contactos con amigos y extraños, en Montparnasse o en el Quartier Latin, en los cafés y los modestos restaurantes como el “Cercle Francois Villón”, donde comíamos por dos francos, siempre repletos de estudiantes, intelectuales y artistas venidos de los confines del mundo, encontré a quien en el futuro sería mi mejor y más leal amigo: Gonzalo More.
Era un hombre alto, moreno, fornido, de cabellera hirsuta que le caía sobre el hombre, de profesión tipógrafo. Caminó por el mundo llevando una imprenta, una maravillosa imprenta, cuyas letras eran de una belleza inigualable.
En su atelier de Rue Froidereaux, a veces, el mismo fabricaba el papel, donde luego imprimía algunas pocas decenas de libros exquisitos. Los poetas consagrados le encargaban ediciones únicas, numeradas. Sus mejores clientes estaban en Londres, Paris, Ámsterdam o Norteamérica.
Cuando lo descubrí en su taller de Rue Froidereaux, trabajaba un libro de poemas de T.S. Elliot. Era un hombre extraordinario, lleno de sensibilidad, de humanidad y alegría. Murió en pocos años de cáncer.
Con Gonzalo trajinábamos por las calles de Montparnasse, centro intelectual de aquellos años y en el “Domme” café, o “Le Lión”, de la Rue Delambre, punto de reunión de nuestras nocturnas y grandes polémicas literarias y políticas, los jueves -como los clásicos jueves de Mallarmé- fueron los días sagrados.
QUIJADA DEL POETA UNIVERSAL QUE PARECÍA CORTADA A CINCEL
Una noche Gonzalo llegó al “Domme” acompañado de César Vallejo, el poeta peruano de quien en Lima, Estuardo Núñez y Augusto Tamayo comentaban elogiosamente en los claustros de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos.
No lo conocía. Jamás había visto su rostro cetrino, su frente bethoniana y su quijada que parecía cortada a cincel.
Allí estaba, correcto, de sombrero y paraguas; una corbata y un vestido con el que sabía esconder su pobreza dignamente. Cuando apoyó su mano en el puño del paraguas, descubrí una sortija, que podía ser un camafeo burilado en las cercanías de Pompeya o una piedra amplia pero no brillante.
Jamás imagine a Vallejo con este atuendo de pequeño burgués francés. Como Rubén Dario, gustaba presentarse sobrio y no atildado, Si hubiera sido Kafka, lo habría encontrado con un gabán viejo y carcomido, con cara de murciélago revoloteando por las calles en el atardecer de la gran ciudad.
Vallejo era introvertido, difícil de intimar o de entregarse al primer momento. Era extraño, enjuto y pálido, pero siempre sereno. Llevaba la serenidad de la muerte en su rostro y su caminar fue siempre calmo.
“Yo no corro, camino por los caminos del Señor, mejor, por los caminos de la Pasión como diría Gabriel Miró”.
Y así caminaba por la avenida Du Maine, camino a su hotel todas las noches después de una larga tertulia en el Café “Le Lión”. Vallejo fue un hombre triste.
FRANCIA EL PAÍS DONDE LO ARTESANAL ES UN CULTO
Transcurrieron semanas y meses, llegaban hombre de todas las latitudes: poetas, pintores, periodistas, estudiantes, escritores. En busca siempre de nuevas técnicas, todos convergían a las reuniones del “Domme”, de “La Rolonde” o “Le Lión”, donde sólo se bebía cerveza o calvados (bebida típica francesa, que llevó a la tumba al poeta Paúl Verlaine).
– ¿Y qué piensan en Lima de mí y de mí poesía? me inquirió Vallejo, un jueves que la tertulia era animada y se hablaba mucho de Latino-América y España.
– Pues te diré: cuando llegué a París, creí que ya no vivías. Tu presencia en Lima es admirada; tu poesía se conoce en los círculos universitarios e intelectuales. Tú te viniste hace muchos años y sólo quedaron “Los Heraldos Negros” (1918) y “Trilce” (1922). Después referencias, algunos versos en las pocas revistas, comentarios. ¡Estamos tan lejos de París y Montparnasse!.
Su extraordinario estilo, triste incomprendido lo definió el mismo en su vasta obra.
Fue tremendo. El impacto emocional enmudeció a César Vallejo. No dijo nada, buscó un gran vaso de cerveza, y lo bebió de un solo trago haciendo un ruido gutural. Después y como siempre, se secó los labios con el pulcro pañuelo blanco.
Cuando se despidió a los pocos minutos, tocándome el hombro me enrostró esta terrible frase: – Hermano Franklin: me creen algunos ya muerto. Así será pues, así será…
… Y se perdió solo, caminó lento como arrastrando su muerte solitaria por la rue Vavin que tanto transitó.
NO POSEO NADA PARA EXPRESAR MI VIDA SINO MI MUERTE
Un golpe de teléfono en mi hotel de “Cite Du Midi”. Era Gonzalo More que pedía con urgencia mi presencia en cualquier lugar de Montparnasse.
Conversamos en su atelier y Elba Murra su esposa, entrañable amiga del “Cholo” y parte del grupo, escuchó la requisitoria de Gonzalo por mi infeliz intervención de la noche anterior.
Has matado a César… Hoy temprano estuvo aquí y Elba puede decirte lo abatido y triste que está. Todavía no lo conoces. Es sensible y no se le escapa una palabra. Recuerda lo dicho y lo repite y no lo comprende. Yo sé que lo que dijiste puede ser justo; Lima está distante, pero el “Cholo” no lo entiende así.
Esa noche y muchas más, usamos, Gonzalo, Elba, también Mossisson, José Macedo Mendoza y Juan Larrea, todas nuestras artes para hacer olvidar esta “gaffe” que por varios días tuvo postrado al poeta.
VIEJO, QUÉDATE TRANQUILO COMO OPERAO…
Y como jamás lo había hecho, rio Vallejo, le salió una carcajada sonora que retumbó en el Café. César festejo el ducho y me lo hizo repetir.
Esto es puro Callao. Exacto como hablan los fleteros que te llevan a bordo. Vallejo había salido del Callao cuando las lanchas acoderaban en las escaleras de los transatlánticos que viajaban a Europa o Nueva York.
“Al Cholo le has caído en gracia -me decía Gonzalo- porque tú le traes un ambiente que él no conocía mucho el de los criollos y mulatos de la costa peruana. Tu misma manera de hablar, tus cuentos y dichos de los zambitos limeños lo entusiasman enormemente”.
Y Vallejo celebraba mucho en realidad, cuanto le referían acerca de esta porción humana de nuestro país, y recuerdo que le hizo infinita gracia esa frase, es así que la usaba a cada rato para saludarnos y para despedirnos. “Ahora estamos tranquilos como operaos, hermanos”.
FUE EN PARÍS, UN VIERNES SANTO HACE 83 AÑOS
En 1938 trabaja como profesor de lengua en París, sin embargo en marzo de ese año sufriría una descompensación por agotamiento físico y debilidad contrayendo una enfermedad desconocida en Europa, la misma que no sería otra cosa que el rebrote del paludismo que sufrió de niño, entrando en crisis entre el 7 y 8 de abril.
Finalmente una semana después el día 15 de abril durante un viernes santo con llovizna que se perdió al talentoso escritor peruano fallece, día trágico para los literatos eternos.
Cae la pluma dejando premonitoriamente en su poema “Piedra negra sobre una piedra blanca” perteneciente al libro “Poemas humanos” Vallejo anticiparía su muerte fallando en su predicción solo por un día:
“Me moriré en París con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París y no me corro tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”
Su elogio fúnebre estuvo a cargo del escritor francés Louis Aragón, siendo sus restos trasladados al cementerio de Montrouge en suburbios de la capital francesa.
Treinta y dos años después, el 3 de abril de 1970 su viuda Georgette Vallejo trasladaría sus restos al cementerio de Montparnasse, donde descansan los grandes literatos, siendo así el último reconocimiento póstumo a su genio.
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