La muerte del joven aviador peruano Jorge Chávez Dartnell, ocurrida el 27 de setiembre de 1910 en Domodossola, no fue, como podría creerse ahora, una noticia que consternó al país por lo sorpresiva e infausta. No. El público estaba preparado para recibirla.
Desde el momento de su caída, el día 23, que fue difundida mundialmente como un triunfo del aviador peruano al cruzar los Alpes, hazaña jamás realizada antes y que mereció el premio de 100,000 liras y el de la Academia de Ciencias de París. El premio estaba dividido en liras italianas: 70,000 para el primero, 20,000 para el segundo y 10,000 para el tercero.
Las informaciones fueron llegando como dosificadas lentamente por el cable internacional, que, en sucesivos despachos, daba a conocer el estado de salud de Chávez, quien tenía ambas piernas fracturadas. Pero los médicos esperaban su recuperación en 40 días.
Así como por gotas, se continuó recibiendo en Lima noticias sobre las alternativas de su enfermedad; la espera de un famoso cirujano para operar sus piernas; los cables de felicitación por su proeza que llegaban hasta su lecho de enfermo; hasta la de su deceso, después de una larga agonía, durante la que exclamó frecuentemente: “¡La altitud! ¡Arriba! ¡Más Arriba!
Al conocerse oficialmente la noticia, fueron puestos a media asta las banderas de todos los edificios públicos y de numerosas entidades privadas. El Senado y la Cámara de Diputados levantaron sus sesiones en señal de duelo.
RECUERDO DE TAN AUDAZ HAZAÑA
Despachos enviados por corresponsales destacados para informar sobre la prueba internacional, consistente en un vuelo de Suiza a Italia, con el paso de los Alpes por el cuello del Simplón, decían que: El tiempo había sido magnífico y sin nubes, cuando Chávez se elevó el miércoles 23 de setiembre hasta la altura de 900 metros, a poca distancia de Briga.
También se encontraba allí otros inscritos que no llegaron a competir: Weyman, Duffaux, Faillete, Cattaneo y Tadeoli.
Los organizadores del circuito de Milán habían tomado todas las previsiones necesarias para asegurar el éxito de la prueba preparando y cercando el aeródromo de grama, levantando tribunas y cinco hangares en Brigue. Además, tropas de Ingeniería habían instalado una red de espejos parabólicos, para la transmisión de los detalles del vuelo.
En toda Suiza se habían pegado manifiestos impresos en papeles de llamativos colores, declarando: “BRIGUE SEMAINE D’AVIATION, 18-22 SEPTEMBRE 100,000 FRANCS DE PRIX TRAVESSE DES ALPES”
Chávez se elevó a la 1:30 p.m. y después de varios vuelos espirales ascendió resueltamente, pasando la cumbre del Simplón a la 1:46 con la rapidez de un tren expreso, llegando a las 2:11 cerca de Domodossola.
A las 2:20 p.m., cuando iba descendiendo y a una altura de solamente 10 metros, sobrevino un golpe de viento y volcó el monoplano cayendo al suelo la máquina de Chávez, quien quedó bajo el aparato con ambas piernas fracturadas y graves contusiones internas, dijo el cable.
EL CÓNDOR FALLECE EN DOMODOSSOLA – ITALIA
El aviador quedó desmayado y fue conducido al hospital, donde recobró los sentidos después de una hora, pero sufría horriblemente.
A pesar de que los médicos confiaban en que sanaría dentro de 40 días, la medicina de la época no atinó a prescribir la medida salvadora, falleciendo cuatro días después.
En el examen practicado al monoplano “Bleriot”, se descubrió que “una pieza de unión entre el fuselaje y un ala, presentaba señales de rotura anterior y de una reparación imperfecta hecha con clavos.
El audaz piloto no tuvo la culpa del accidente producido en el instante previo al aterrizaje, no por falla en el motor sino en el armazón de la primitiva aeronave. Quedaron la cola, los timones y las ruedas de bicicleta intactos y las alas no deformadas mayormente.
El historiador Jorge Basadre dice que: “En aquella época, el paso de los Alpes apareció con un significado análogo al vuelo de Lindbergh de Estados Unidos y al alcanzado por la hazaña espacial de Gagarin”.
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